La imagen de Don José de San Martín a los 70 años de edad, puede verse en el Salón de los Gobernadores de Mendoza de la Legislatura Provincial. Fue recreada digitalmente (renderización) a partir de un pequeño daguerrotipo de 1848 logrado a instancias de su hija Mercedes. La obra fue donada el año pasado a esa Legislatura por el artista gráfico santafesino Ramiro Ghigliazza.
*Colaboración: Hugo Ferrari
“Mucho antes que nuestros ídolos del fútbol despertaran el interés del mundo, hubo un argentino que por otras razones se ganó la admiración de imperios y naciones. Estos no comprendían el renunciamiento y ostracismo del prócer a partir de la plenitud de su gloria.
Pero bien sabemos que San Martín no se retiró por propia voluntad de la vida pública sino por la persecución implacable de algunos de sus compatriotas que la historia de Mitre se ha empeñado en ocultar”
Personaje admirado
Hoy nos llama la atención que la sola mención de Maradona o Messi haga que los habitantes del mundo identifiquen a la Argentina y la ubiquen en el mapa.
Deberíamos saber que hubo otro personaje capaz de despertar admiración por lo menos en los reinos y naciones de Europa y en América latina y que por él se habló y se puso los ojos en nuestra patria, tantas veces.
Ese personaje fue José de San Martín. En sus tiempos las noticias no se difundían como ahora con la prontitud del rayo, no existía la televisión ni el Internet, pero igual llegaban a tropezones lerdos, por los barcos o a caballos, para dar cuenta de la hazaña de los Andes y de la libertad de nuestros pueblos.
A San Martín se lo admiraba sobre todo en Inglaterra y Francia, por su gesta increíble y por su estampa gallarda, morena, de aspecto dominante.
En un artículo titulado “Los exiliados de Bruselas”, publicado en 1829 en la Revue de Paris, se incluye el relato de un columnista sobre su encuentro en la capital belga con el Libertador del Perú: “Se hallaba en un baile en compañía de dos amigos. San Martín es, sin duda alguna, uno de los hombres más completos que puedan encontrarse: militar excelente, espíritu elevado, carácter firme, buen padre a la manera burguesa, hombre de fácil acceso y de un atractivo personal irresistible. Resulta inexplicable el reposo a que se ha condenado en pleno vigor de su edad y de su genio”.
Un error provocado
De aquel comentario se pueden extraer dos conclusiones: primero, que San Martín era una celebridad internacional en vida y segundo, que ya entonces resultaba difícil de entender el retiro de un hombre como él del escenario de sus glorias. Fíjense que en el tiempo del artículo tenía 51 años y que aún le quedaban 21 por vivir.
Sobre su fama no hay dudas. En cuanto a lo segundo, San Martín no se retiró voluntariamente como intenta hace creer la historia contada por Mitre. Más vale lo retiraron las persecuciones, las diatribas y hasta las amenazas de muerte pergeñadas para con su persona por un montón de argentinos “prominentes”, de Rivadavia para atrás y de Rivadavia para adelante.
La historia oficial encomia a San Martín pero, según los revisionistas, oculta las verdaderas razones de su retiro: Pretende convencernos de que su “renunciamiento” (su retirada del Perú luego de la célebre y misteriosa Entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar, en 1822) y su “ostracismo” (su partida hacia Europa en 1823) fueron sucesos naturales y casi felices.
“Abdicó conscientemente al mando supremo en medio de la plenitud de su gloria, si no de su poder, sin debilidad, sin cansancio y sin enojo, cuando comprendió que su tarea había terminado y que otros podían continuarla con más provecho para la América. Se condenó deliberadamente al ostracismo y al silencio, no por egoísmo ni cobardía, sino en homenaje a sus principios morales y en holocausto a su causa”.
Pretenden hacerlo quedar bien pero disfrazando los hechos. A San Martín no lo pudo haber hecho feliz la idea de abandonar su patria una vez lograda la independencia. Más vale advirtió que ya no había lugar para él en estas tierras y que su vida corría en ellas peligro.
La versión de Bartolomé Mitre omite el choque de personalidades con Simón Bolívar, las posteriores críticas de San Martín al venezolano y la falta de apoyo de Buenos Aires a la campaña al Perú, tantas veces solicitado y tantas veces negado.
Un silencio a gritos
Tampoco es cierto lo del silencio al que se habría condenado San Martín. Desde Europa mantuvo correspondencia con muchos amigos, intentó regresar a Buenos Aires en 1829, ofreció otra vez sus servicios cuando fuimos víctimas del bloqueo anglo-francés, intercedió ante las autoridades de Francia en aquella ocasión abogando por la independencia de las Provincias Unidas.
Por entonces, los sudamericanos que cruzaban el charco iban a verlo. El libertador sostenía una activa vida social, tanto en la colonia de exiliados americanos como en la sociedad europea y hasta fue recibido con honores en la Corte de París. Y no olvidemos que en cierta ocasión, estando en Europa, se cruzó con Rivadavia y quiso batirse a duelo con él, de lo que solo desistió por el ruego de sus amigos.
De modo que lo del ostracismo voluntario, el silencio y la ausencia de enojo forman parte del “relato” de Bartolomé Mitre y tendría por finalidad borrar ciertos episodios de la vida de San Martín, no para cuidar la imagen del prócer -como sostienen algunos- sino para evitar dañar la de sus adversarios, enemigos y detractores de la época.
No fue sólo militar
Con este fin se nos dibujó un San Martín sin conflictos ni enemigos y atento sólo a las batallas, un hombre motivado por la mística más que por la política. Esta “operación” la inició Mitre con pleno éxito, ya que casi todos los historiadores que después vinieron continuaron esa línea.
Mitre ha dividido en dos al santo de la espada al exaltar sus méritos militares mientras despreciaba, criticaba u omitía su ingenio político.
Hay un párrafo en su Historia que desviste al autor: “Estos dos hombres (por San Martín y Belgrano), que tan mal comprendían las necesidades de su época y tan mal representaban moralmente la opinión dominante del pueblo en cuanto a la forma de gobierno (por ser monárquicos), fueron empero, las dos robustas columnas en que se apoyó el Congreso de Tucumán, los verdaderos fundadores de la independencia argentina...”
O sea: Como Mitre no tenía más remedio que reconocer la gesta y el aporte de San Martín a la emancipación, pero no quería admitir que lo hizo sin el apoyo y en algunos casos contra la opinión de su prócer favorito que era el porteño Bernardino Rivadavia, el historiador optó por presentarnos la imagen de un San Martín soldado brillante pero político mediocre.
Pero por fortuna se conservan las cartas que San Martín escribiera a algunos de sus amigos, como Tomás Guido y Bernardo O’Higgins, en las que se quejaba amargamente de Rivadavia, responsabilizándolo por la persecución y vigilancia de que fue objeto a su regreso del Perú, o señalándolo como uno de los autores intelectuales del asesinato de Dorrego.
Y como tantas veces ha ocurrido, nuestros mayores próceres como nuestros mejores deportistas suelen ser valorados más afuera que adentro.
No obstante ser la nuestra una nación históricamente receptiva a los hombres de buena voluntad del mundo entero, en oportunidades pareciera ser expulsiva.
Negar a San Martín talento político e ignorar su capacidad de análisis de la situación de nuestros pueblos, es rechazar la lógica: No pudo existir una hazaña militar como esa sin una concepción política superior que la sustente.
Elogiarlo como soldado y negarlo como político fue una ingeniosa estrategia partidaria.
No sin ironía, un polemista del siglo pasado decía que estos historiadores habían querido convertir a San Martín en “el tonto de la espada”.
Ocurre que, en la versión mitrista, San Martín hacía las campañas militares mientras la elite porteña construía la Nación. Para sustentar esta mentira se hacía necesario ignorar en la biografía del prócer las polémicas, los conflictos y, sobre todo, las calumnias y la persecución de que fue objeto por parte de los rivadavianos.
*Colaboración: Hugo Ferrari