El hombre desde la antigüedad buscó aglutinarse para una mejor preservación frente a los riesgos de una naturaleza hostil, o para protegerse de la violencia de otros congéneres. Desde ya también estaba presente en esa búsqueda de convivencia el sentido de participación social que es propio del ser humano, aún en épocas primitivas.
En la medida que la civilización adquiere mayor desarrollo las sociedades evolucionan con las reglas y normas que se van dando. La creación de ciudades-estados, muestran el nucleamiento familiar y aquéllos que como grupos adheridos se suman a ciertas personas-personajes que brindan apoyo y seguridad a su entorno. Grecia y Roma son ejemplos de esas situaciones.
Cuando se van conformando los pueblos y las naciones, la Edad Media nos muestra concepciones políticas más complejas, y en algo confusas, como el feudalismo. Es así que se desarrolla un sistema de protección a quienes aceptan, por las buenas o las malas, la preminencia del señor feudal, que amuralla su castillo y arma las milicias. La figura del rey o monarca sigue existiendo pero condicionada por una nobleza, que conquista en el campo de batalla, títulos de dominio de tierras y honores como blasones.
Cada protector, en todos los tiempos, pretende que quien se le subordine como vasallo pague un importante tributo, y acepte que sea el juez de sus actos, con derecho sobre la vida, el honor y la hacienda de su pueblo.
En la Edad Moderna, al perder fuerza el feudalismo, y ganar poder la monarquía, el habitante de una comarca o país tuvo que aceptar un doble juego de lealtades, a su señor y a su rey y por lo tanto una doble tributación de sus contribuciones forzosas, y una posible apelación final a la justicia del rey.
Poco a poco la ciencia política contemporánea fue registrando una evolución general que permite definir un componente esencial en la sociedad que es el ciudadano. Este se convierte en el gran elector y titular de todos los derechos fundamentales que convierten al ser humano en un individuo responsablemente libre. Ya su existencia social no depende del señor feudal o del monarca, sino que está interrelacionado e interdependiente de los otros ciudadanos.
Pero así como en la antigüedad la constante lucha contra el vasallaje permitió la existencia de cartas de reconocimiento, o la vigencia de fueros que preservaban al habitante de la ciudad de burdas exigencias, o arbitrarias sentencias confiscatorias, así también el ciudadano actual debe velar cotidianamente por la aplicación de sus derechos, universalmente reconocidos, pero no siempre vigentes.
Recuerdo que hasta hace muy poco, mucha gente afirmaba que era súbdito argentino en vez de ciudadano argentino. La diferencia en la práctica puede llegar a ser muy importante si la subordinación es a las instituciones de las que él mismo es partícipe, o a un gobierno del cual puede ser un opositor minoritario.
No debemos olvidar que los tres poderes constitucionales que nos rigen tienen prerrogativas que hacen a su exclusivo funcionamiento, y los fueros de quienes circunstancialmente son titulares de esa labor están limitados en el tiempo por su jurisdicción y competencia.
Mientras en la República haya ciudadanos con responsabilidad no habrá lugar para súbditos y vasallos. Ese es el desafío cotidiano.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 323, del 7 de julio de 1993