En la repetición constante de notas buscamos no solamente la reafirmación de ideas, sino también, el aprovechamiento de experiencias propias y ajenas.
Por ejemplo, no hay dudas que el nivel de educación de una Nación depende de muchos factores. Uno de ellos es el grado de real responsabilidad de los maestros en el trato cotidiano con sus alumnos y la aplicación del concepto de educación permanente, que no solamente es válido para los estudiantes, sino también para los docentes. Si bien la función específica de la escuela no es la mera contención de los niños y jóvenes, el hecho de la concurrencia prolongada en horarios y días ayuda a que la niñez no esté desprotegida en la calle, sobre todo en zonas de riesgo.
Cuando yo era alumno en una escuela primaria estatal, en pleno centro de Buenos Aires, todos recibíamos la denominada copa de leche, con algún sandwich o pancito como complemento. Ninguno era un niño hambriento, pero todos aceptábamos el momento de relax que significaba ese aporte que daba la cooperadora escolar. Estaba claro que íbamos a estudiar, pero se nos atendía bien sin ser necesitados.
Pasados los años, a través de artículos periodísticos, sugerí que en los barrios y sitios carenciados del país, la escuela al fin de la jornada, recibiera también a los padres de sus alumnos para darles, junto a sus hijos, una comida básica mientras se desarrollaban charlas destinadas a lograr una mayor eficiencia laboral. Cuando algunos me contestaron que la escuela no era para eso, me di cuenta que estábamos perdiendo un tiempo precioso, que después se fue transformando lentamente en un triste fracaso.
En muchos sitios las huertas familiares y colectivas se han desarrollado con apoyo de los docentes, que han actuado en forma solidaria con las familias concurrentes.
A mi entender, la función de la escuela debe ser múltiple, teniendo en cuenta las diferentes necesidades existentes, de acuerdo al sitio y la época.
Otra de las ideas que hace mucho propuse, fue el aprovechamiento del concepto del contenedor en materia de elementos de transporte de carga, para que se diseñara, dentro de las medidas exactas del mismo, viviendas transportables destinadas a paliar la escasez de alojamientos. De alguna manera el haber observado en Estados Unidos como muchos empleados y obreros vivían en confortables casas rodantes, me dio la sensación que la misma filosofía podía aplicarse, evitando lo que después se constituyó en villas miserias permanentes.
El contenedor, con puertas y ventanas, e instalaciones adecuadas de baño y cocina es una casa muy superior a las precarias que todos hemos visto. Sus clásicas medidas estándar de 20 y 40 pies permiten una serie de adaptaciones de acuerdo al caso. En Francia pude observar pequeños hoteles de una estrella, compuestos por conjuntos de contenedores adaptados a esa función de alojamiento. Como simple referencia indicativa, los barcos porta-contenededores más grandes pueden llevar 8.000 de ellos de 20 pies.
Más aún, se puede generar una verdadera industria de fabricación de ese tipo de casas, para ser instaladas en terrenos desocupados próximos a lugares de trabajo. En algunos casos el costo de esos albergues familiares pueden ser solventados por las mismas empresas que necesitan que su personal viva cerca. También los municipios podrían facilitar temporariamente tierras, en donde se ubicarían esos contenedores habitables superiores a los habitáculos actuales hechos con chapas y maderas de descarte.
¿Cuántas escuelas podrían aportar una solución viable que eleve el nivel de vida de los chicos y sus familias?
¿Cuántas villas adquirirían un formato más querible, con el uso de contenedores adaptados a una función social? Para ambas propuestas no hacen falta presupuestos extras, bastan un mejor aprovechamiento de los bienes y servicios disponibles.
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero Nº 845 del 9 de julio de 2003 |