Los individuos que integran las sociedades transfieren sus características y modalidades a ese órgano integrador, marcando en sus niveles y desniveles promedios, que los estadígrafos detectan y los sociólogos, economistas y políticos interpretan.
Así como en el deporte la armonía en el movimiento es un elemento esencial en quien lo practica para lograr una labor eficiente, y por lo tanto resultados satisfactorios, también las sociedades requieren un desenvolvimiento lógico sin violencias autodestructivas. Desde los albores de la humanidad el baile siempre constituyó un ejercicio simbólico que practicaban los guerreros para estar en condiciones y los pretendientes a amantes para seducir a sus parejas. También en este caso la cadencia implicaba una presentación adecuada de la fuerza y posibilidades de quienes activaban en esa danza. El compás, ritmo y los pasos a veces complicados y casi acrobáticos, eran la representación del poder y la resistencia aplicados con gracia.
Cualquier error en la cadencia implica la decadencia y esa desarmonía afecta al prestigio de los actores y partícipes, estropeando la marcha y el espectáculo. Así como el deporte requiere de entrenadores y directores técnicos y el baile de bastoneros y directores musicales, las sociedades necesitan de liderazgos, que señalen objetivos visibles y viables, que sean finalmente aceptados mayoritariamente.
Siguiendo con la simbólica comparación entre el ser humano y la sociedad que él mismo integra, podemos comparar una desocupación elevada con un ataque de baja presión arterial, en que el desgano y el no hacer pueden llegar hasta la pérdida del conocimiento inteligente. La hiperinflación equivale a la hipertensión arterial y social, que obliga a un severo tratamiento, en que la renuncia a ciertos hábitos peligrosos acompañan a una estricta medicación. La subversión es un virus y la represión ilegal es una leucemia que baja las defensas generales. El estado elefantiásico puede ser parangonado a una obesidad cargosa.
También se da la decadencia cuando las razones del príncipe reemplazan a las razones de principios. El clientelismo político puede llevar al ciudadano a una situación pasiva, que desvirtúa sustancialmente el ejercicio activo de sus derechos y obligaciones. La paridad entre todos está condicionada por el interés general al acceso inteligente a la información plena sin distorsiones de operadores políticos, que convierten al bleuff en un arma de un juego mortal, no sólo para los que actúan sino también para los que creen que son meros espectadores. La falacia argumental, sin develar a tiempo el contenido de su sofisma, es el arma neutrónica que respeta los edificios pero mata las instituciones que los ocupan. Perder el sentido crítico es perder defensas frente a las mentiras organizadas. Amar lo posible no significa renunciar a lo mejor, sino hacerlo realidad cotidianamente. Ese es simultáneamente el camino y la meta de una existencia no mediocre, sino plena. La inteligente austeridad cotidiana alimenta la permanente riqueza de los hombres y de las naciones. La inflación del Estado termina devaluando el respeto al individuo que la integra. Los malos funcionarios son células cancerosas que terminan destruyendo el organismo social. Son la injusta decadencia.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 460, el 21 de febrero de 1996 |