Los grandes problemas pueden tener pequeñas soluciones, fáciles de aplicar y de ejecutar, que sumadas reducen la magnitud del problema.
C.B
Nuestros jóvenes tienen dificultades en el acceso al primer trabajo. Si se analizan los porcentajes reales de desocupación se observa la enorme cantidad de personas de 18 a 21 años que no tienen empleo.
Algunos políticos hablan de subvencionar a las empresas que faciliten oportunidades a esos menores, pero eso se presta a posibles fraudes en el manejo de fondos por parte de funcionarios y empleadores amigos.
La solución es muy simple: bastaría que se les exima a ambas partes de aportes jubilatorios hasta llegar justo a los 21 años; de esa manera bajaría el costo laboral sin tocar el mínimo de salario de bolsillo.
Eso sí se mantendrían los aportes recíprocos a las obras sociales que le den cobertura y la obligatoriedad de seguros por accidentes, de manera tal que desde el comienzo el trabajador estaría blanqueado y automáticamente al llegar a la mayoría de edad entrarían en funcionamiento los descuentos y contribuciones pertinentes.
Si se tiene en cuenta ese muy alto porcentaje de jóvenes desempleados, no tiene peso el argumento que al no aportarse para el retiro los jubilados serían perjudicados. El llegar a los 21 años trabajando, clarifica el presente y afirma el futuro del mercado laboral, con la ventaja adecuada para toda la sociedad que necesita que rápidamente ganen experiencia los que recién comienzan.
Los ciudadanos nos hemos enterado de la existencia de un proyecto que obligaría, para un mejor control de su adjudicación,
a depositar el salario familiar de una persona en relación de dependencia en una cuenta especial, que puede ser bancaria. Esta idea no es práctica y no respeta el tiempo del empleado que tiene que hacer largas colas en cajeros seudo automáticos. El mejor control es el del propio interesado y el del sindicato correspondiente. La injusta experiencia de los años 2001 y 2002 no debe desecharse ni olvidarse.
Frente al riesgo potencial de que se desaten nuevas tendencias inflacionistas, que por lo repetitiva varias generaciones sufrieron, es conveniente que se tomen, en apariencia, pequeñas decisiones, pero que ensambladas y coordinadas entre sí den resultados positivos. Un ejemplo más de ello es bajar el impuesto denominado IVA en sólo un punto, es decir que ese 21% se reduciría a 20%, cifra esta que si bien no satisface por el monto, permite reducir el precio final para el consumidor y absorber la inflación de aproximadamente un mes.
Otro tanto es válido con respecto al impuesto al cheque, si desciende del 1,2% que se aplica al depósito y extracción de fondos bancarios al 1%, el costo sería un poquito más soportable para aquellos, que con cierto fundamento, impugnan la existencia de ese gravamen.
Si nuestros lectores observan, los retoques son insignificantes pero ayudan a bajar costos y simplifican las liquidaciones y el seguimiento de los importes correspondientes, y finalmente menor precio para el consumidor preocupado.
Carlos Besanson |